La madrugada del 7 de agosto de 1956, el maestro de construcción Amador Quintana se halló envuelto en una nube de polvo que le dificultaba respirar y, entre tropezones, atravesó el dormitorio hacia la cuna de 'Jaircito', el menor de sus hijos: «temía que una pared lo hubiera aplastado». Amador estaba temblando desde que había escuchado el rasgueo seco de la detonación, a 5 cuadras de su casa. Habían estallado 42 toneladas de dinamita en gel a base de nitroglicerina.
Amador Quintana, maestro de construcción, tenía 40 años el día de la explosión. | Foto: R. García.
A EXPLOSIÓN
DE CALI
(Barrio el Porvenir, Cra 3ra entre Calles 28 y 29, 1:07 a.m. del 7 de agosto de 1956)a explosión del 7 de agosto de 1956 en Cali marcó un punto de giro en la historia de Colombia. Seis décadas después, presentamos un especial que cuenta los hechos y escudriña el pasado mediante testigos inéditos, documentos y voces expertas para entender por qué, desde ese día, el desarrollo urbano, las costumbres y la vida en la ciudad jamás fueron las mismas.
BUENAVENTURA
El 6 de agosto de 1956 salieron de Buenaventura 6 camiones cargados de dinamita con el fin de usar el explosivo en obras públicas en Bogotá.
Los camiones pertenecían a la empresa Transportes Mosquera Gómez de Bogotá y llevaban un total de 42 toneladas de dinamita importadas por el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla. El explosivo fue enviado por la fábrica estadounidense de material de guerra Atlas Powder.
Según la declaración extrajuicio de Pablo González Camargo, uno de los choferes de los seis camiones que transportaron la dinamita, cada vehículo iba custodiado por tres soldados.
El suboficial Pedro Higuita era el encargado del convoy.
BATALLÓN
PICHINCHA
González afirma que llegaron a las 12:20 de la noche del 7 de agosto con una carta a la Tercera Brigada, a la antigua Estación del Ferrocarril del Pacífico. Según él, un cabo preguntó si podían dejar los vehículos en la plazoleta del mismo lugar «y lo más probable es que le dijeron que sí, porque él volvió a salir y nos ordenó cuadrar en el mencionado lugar».
El entonces Capitán Oficial de Servicio en el Batallón Pichincha, Gustavo Camargo Eslava, escribió en 2006 que Pedro Higuita llegó al cuartel, ubicado en el centro de Cali, solicitando alojamiento y alimentación para él y su personal.
Camargo asegura que, en vista del cargamento de los camiones y el riesgo que implicaba para la ciudad, negó lo solicitado y ordenó a Higuita salir de la ciudad y continuar hacia su destino.
Era riesgoso dejarlos frente al Pichincha porque la urbe era un foco de oposición a la dictadura de Pinilla: «había presencia de comunistas y liberales», según la CIA.
ESTACIÓN DEL
FERROCARRIL
DEL PACÍFICO
Pero Higuita no salió. Se fue a la Estación del Ferrocarril del Pacífico donde estaba una Compañía del Batallón Codazzi que, según Camargo, los recibió con el explosivo.
Los camiones se cuadraron frente a la pared de la antigua Estación del Ferrocarril, menos uno que se cuadró atravesado detrás de los otros, según Pablo González uno de los choferes que estuvo presente en ese momento.
La orden fue que las cabinas de los camiones quedarían abiertas para que durmieran dos cabos. Los otros debían irse y volver al otro día. La carga y los camiones quedaban bajo vigilancia de los soldados.
A la 1:07 a.m. estallaron los camiones cargados con dinamita. Liberando una energía de 1,766x1011 Joules, una cifra equivalente a un sismo de 4,3 grados en la Escala de Richter.
Una varilla de hierro de una de las carpas de los camiones de la caravana "voló" 14 cuadras para clavarse en uno de los muros del edificio Bavaria.
Los "containers" surcaron el Atlántico, cruzaron por el Estrecho de Panamá hacia el Pacífico y atracaron en el Puerto de Buenaventura. Camiones civiles los recibieron y, con escoltas militares pretendían llevarlos al interior del país. No era aconsejable detenerse en lugares poblados, según la Atlas Powder. En teoría, las 42 toneladas de explosivo en gel que arribaron a Buenaventura el 1 de julio de 1956, debían transportarse en el menor tiempo posible a Bogotá.
Las cajas de madera, con el vientre lleno de explosivos, fueron embaladas sin contratiempos en los camiones de la empresa Transportes Mosquera Gómez y la caravana entró a Cali por el Oeste en la noche del 6 de agosto. Entonces aparcó cerca de la media noche al frente del Polvorín San Jorge, en la Estación del Ferrocarril: los más viejos asumen con picardía que los choferes aprovecharon para divertirse en las fiestas ese día.
Entre los conductores que llegaron esa tarde a Cali se encontraba Pablo González Camargo. Quienes sobrevivieron a la tragedia suelen recordarlo como «el chofer que salió en el periódico el Relator». No hay fotografías de su rostro. Y aunque el juez que tomó su declaración en el Juzgado Primero Civil del Circuito de Cali murió hace décadas, se sabe que Camargo —junto a cinco maquinistas más— condujo el camión número 12325 del Valle, marca Ford, modelo 1955, hasta el lugar de la detonación.
No hay declaraciones de los demás chóferes y esto ocurre porque era muy improbable que sobrevivieran esa noche. De acuerdo con el Relator del 7 de agosto de 1956, la explosión destruyó ocho manzanas en una circunferencia casi matemática con centro en la antigua Estación del Ferrocarril del Pacífico, en la Carrera 1 con Calle 25. Fuera de esos límites no se hallaban muchos “hoteles de camioneros”.
Cuando la caravana arribó al Ferrocarril, Camargo dejó en manos de la Policía Militar su carga. No percibió nada extraño, ningún síntoma de alarma. Les habían ordenado no transportar nada ajeno a la enmienda del Ministerio de Guerra: no llevaban fulminantes, ni tiros. Nada que por error hiciera volar por los aires los 42 millones de gramos de explosivos.
Esa noche no había muchas personas alrededor de la ferroviaria custodiada por la milicia. Los vecinos del parqueadero dormían en sus casas o regresaban de las fiestas. Como era una zona humilde, familias numerosas vivían hacinadas en cuartos de alquiler. El Comité de Medicina Preventiva afirmó que hubo 876 casas afectadas que albergaban al menos nueve mil personas. Los 17.660 millones de Joulios liberados, una energía equivalente a 233 bombas como las usadas en el atentado del Club El Nogal, acabaron con la vida de numerosas familias. Dejaron una estela de 25800 damnificados.
«Que los camiones entraran a Cali fue una orden que vino desde Bogotá», recuerda, años después, Amador Quintana, sobre los detalles de esa madrugada. Al parecer, la presidencia consideraba inconveniente que los camiones llegaran a la capital en plena celebración de la Batalla de Boyacá por temor a que la oposición realizara un atentado para socavar la imagen de Gustavo Rojas Pinilla. El General se había tomado el poder desde 1953 para detener el derramamiento de sangre generado por la violencia bipartidista en las zonas rurales de Colombia.
El caso es que siete minutos después de la una, en la madrugada del 7 de agosto, explotó la carga de 42 toneladas de dinamita en gel, liberando una energía capaz de producir un temblor de 4.3 grados en la escala de Richter. Amador Quintana le repitió siempre a Ruth, en una polémica todavía sin zanjar, que «primero el movimiento del piso agrietó las paredes y luego se escuchó el estruendo».
Puede tener razón Amador porque estaba a 315 metros del epicentro y como las ondas viajan más lento en el aire que en la tierra, debió sentir una fuerza sacudiéndole la cama 0,08 segundos después de la explosión, mientras el sonido llegó con 0,83 segundos de retraso a su canal auditivo.
VIOLACIONES AL
PROTOCOLO DE
SEGURIDAD
La detonación detuvo los relojes a la 1:07 a.m. | Foto: Archivo Fílmico y Fotográfico del Valle.
Personal de emergencia en la zona devastada. | Archivo Fílmico y Fotográfico del Valle.
Personal de emergencia en la zona devastada. | Archivo Fílmico y Fotográfico del Valle
«Jaircito no había sufrido un sólo rasguño», recuerda Ruth García. Sin embargo, Amador, confundido, la obligó a permanecer en casa. «Cuando salió a la acera vio todo incendiado. Temía que la Fábrica de Licores del Valle explotara». Podría afirmarse que él fue quizá la primera persona en hilar la hipótesis de un incendio en la licorera: se calzó un sombrero caqui, tomó su linterna y corrió hacia donde estaba el fuego.
Al Estado se le condenó a indemnizar con alrededor de 2 millones de pesos de la época —7 mil millones actuales— por daños y perjuicios a Laboratorios JGB Ltda.: "por enviar los explosivos a Cali sin garantizar las condiciones de seguridad".
«La hecatombe pudo ser un accidente, pero los camiones no tenían por qué estar en Cali», concuerda Carlos Calero, un bombero que atendió la emergencia esa madrugada. Entonces, a la luz de los hechos la explosión fue más allá de un accidente, el resultado de violar el protocolo de seguridad al aparcar toneladas de explosivos en una región poblada.
En la Carrera 1 con Calle 25, Amador observó varias unidades del ejército corriendo por todos lados. Intentaban inspeccionar la zona con linternas que emitían tenues rayos de luz. El calor era insoportable, el suelo hervía y los gritos provenientes de los escombros se incrementaban con el crepitar de la madera ardiendo.
Mientras Amador repasaba las ruinas en busca de algún rostro reconocible, la cortina de humo difuminaba la devastación. Así que debió cubrirse el rostro y caminar entre los escombros, esquivando cuerpos calcinados entre las estructuras de acero y concreto. Durante el recorrido escuchó el grito atormentado de una mujer advirtiendo que se iba a estallar la licorera. «La explosión de Cali me trae a la memoria una sola cosa: el olor a muerto, a carne quemada y esa mujer gritando».
Horas posteriores al accidente, Amador Quintana se encontró tomando café en la sala de un vecino que había sobrevivido con su casa intacta. «Pinilla decía en la radio que no podía creer que un colombiano fuera capaz de hacer un atentado así, que nadie podía ser tan depravado», recordaba mientras sostenía en su mano un recorte de una antigua revista en la que se registraba la visita del general a la base de la Fuerza Aérea en Cali.
A la mañana siguiente, Amador regresó con la esperanza de ayudar a rescatar personas de los escombros, pero la guardia militar le impidió pasar el perímetro. En apenas unos segundos la explosión había matado a 2700 caleños —según datos del Relator del 10 de agosto de 1957— : casi la misma cantidad de muertos que dejó el Atentado a las Torres Gemelas en 2011. Personal de emergencia en la zona devastada. | Foto: Archivo Fílmico y Fotográfico del Valle.
«El excelentísimo señor presidente de la República, Teniente General Gustavo Rojas Pinilla: ‘Vuelvo a hacer un emocional llamamiento ante las innumerables víctimas que cayeron en Cali el 7 de agosto, para que se olviden estos odios políticos’»...
Su relato concuerda con el del escritor Hernán Toro, que intentó ingresar al lugar en horas de la mañana. «La gente de los otros barrios no podía ingresar. El gobierno había dado la orden de no pasar», cuenta. El régimen militar, que había impuesto la censura como política de Estado, no permitió la publicación de fotos del siniestro en donde quedaran retratados los muertos.
La desolación de las horas inmediatamente posteriores se agudizó, porque Cali no tenía suficientes bomberos, ni médicos, ni medicamentos. Nadie, aparte del presidente dio una explicación de las causas del evento. Se rumoró que botaron un cigarrillo sobre la carga de los camiones o que le dieron un golpe. El gobierno sugirió un boicot. Diversas son las conjeturas: una chispa de pólvora por las celebraciones patrias, un disparo, el recalentamiento de los motores o a hasta un corto circuito en uno de los vehículos.
Amador siempre recuerda la imagen vista el 7 de agosto a mediodía: «los gallinazos volaban sobre las ruinas». Ese día, hacía más calor que nunca.
«En el cementerio hicieron un huequísimo grandísimo, y ahí todos los muertos de la 25 y del anfiteatro fueron allá».
Ruth García, 24 años el día de la explosión.
Texto de prueba
Plaza de Mercado Belmonte
Cra.1 #24-1
Fábrica de Café Franco
Cra.1 entre calles 24 y 25
Cuartel de Ferrocarrileros del Batallón Codazzi
Cruce de la Cra.1 con calle 25 (quedaba a un costado de la Estación del Ferrocarril)
Vagones de la vieja estación ferroviaria
Cra.1 entre 25 y 26, junto a las actuales bodegas del Ferrocarril. Aclaración: la vieja estación fue la que explotó. La nueva estación es la que ahora vemos cerca de la Terminal, también creada alrededor de 1956.
Fábrica de velas El Frayle
Cra 3 con calle 26
Depósitos de Almagrás
Cra 5ta con calle 26
En los mismos depósitos
Por el costado de la calle 27
Fábrica de maderas comprensadas Premaderas
Cra 4 con calle 26
Fábrica de Aliños el Gaucho
Cra 1 con calle 26 y 27 (a un costado del cementerio)