IN CAMILLAS PARA TANTA GENTE a movilización del personal de emergencias de la región permitió rescatar de los escombros a un sinnúmero de heridos durante la explosión, pero no había en Cali suficientes centros de atención hospitalaria, ni médicos, ni sangre, ni medicinas. Muchos especialistas, aunque escucharon el llamado, no supieron a dónde dirigirse esa noche. L

Slide Jaime Korgi, pediatra graduado en Washington, se levantó de sobresalto en el instante en que su reloj marcaba la una y diez y, en medio de la penumbra, intentó encender la radio para saber qué pasaba, pero se dio cuenta de que no había electricidad.

Korgi creía que ese sacudón de piso era el producto de un terremoto. Marietta, su esposa, especulaba que el olor a quemado provenía del incendio de una fábrica de químicos. En la sala vieron brillar, bajo la luz de la linterna, los cristales rotos de las ventanas esparcidos en el suelo.

Los vecinos de los Korgi estaban atónitos ante la nube de humo que se alzaba en el centro de la ciudad. Un brillo rojizo, incendiado, contrastaba con la oscuridad. Jaime intuyó que si el incendio era tan grande probablemente sus estudiantes internos no darían abasto y, entonces, debería atender heridos en el hospital.

Sin embargo, Jaime Korgi no tuvo claro a dónde dirigirse esa madrugada. Corrió al Club Noel, pero las monjas no lo dejaron ingresar porque «los hombres no podían entrar en la noche». Entonces, bajó al Hospital Departamental antes de que las autoridades a las 3:05 de la madrugada emitieran el Boletín n°2 en el que solicitaban a todo el cuerpo médico de Cali dirigirse a los hospitales para atender heridos.
(1:10 a.m., 7 de agosto del 56, Barrio San Fernando) «Y como no nos abrieron, nos fuimos al Hospital Departamental, a la Facultad de Medicina, y allá empezamos nuestra tarea». Jaime Korgi, Jefe del Departamento de Pediatría, 32 años el día de la explosión.

Slide La onda explosiva alcanzó a sacudir las paredes del Hospital San Juan de Dios: algunos segmentos del laboratorio y las salas de hospitalización fueron reducidos a escombros. El edificio restante, sostenido en pie con dificultad, quedó sirviendo de amparo a médicos que intentaron salvar vidas bajo un tejado a punto de desplomarse ese 7 de agosto.

«En ese momento no recibimos enfermos muy graves en el San Juan de Dios, pero tuvimos que habilitar más consultorios para urgencias porque había muchos quemados de segundo grado, gente que se podía salvar... Los más graves se morían en el camino o atrapados entre los escombros», dice Marleny Sandino, enfermera empírica que estuvo de turno ese día.

En contraste con el San Juan, una estructura vieja construida en la Colonia, el Hospital Departamental del Valle “Evaristo García”, inaugurado en enero del 56, se erguía en un lote inmenso del sur, a seis kilómetros de distancia, proyectándose como el centro médico más importante de la región; pero la madrugada de la explosión, apenas contaba con 60 camas, cuatro quirófanos y algunos médicos y equipos. Los medicamentos no alcanzaban.
...la mañana posterior a la explosión, este hospital apenas contaba con 60 camas, cuatro quirófanos y algunos médicos y equipos. Los medicamentos no alcanzaban. El Hospital Universitario Departamental “Evaristo García”, inaugurado en enero de 1956. | Foto: Archivo Fílmico y Fotográfico del Valle.

«‘¿En dónde vamos a meter a los niños?’, le pregunté a un residente cuando entré al Departamental. No había suficientes camillas para los heridos, porque apenas existía el Pabellón de Medicina Interna y el de Cirugía. Entre los pacientes que copaban cada rincón, cada pasillo y cada escalera, había casi 300 niños. ¡Trescientos en un hospital sin Pabellón de Pediatría!», recuerda Jaime Korgi.

En los pasillos del Departamental se entremezclaban los olores de la sangre y los antisépticos. Jaime Korgi no paró de suturar, operar y dirigir residentes hasta que el reloj marcó las siete de la mañana. A esa hora —la hora del desayuno—, Marieta, su amor de toda la vida, lo abrazó mientras él la miró con una sonrisa exhausta.

Afuera, los caleños, como hormigas arrieras, cargaban colchones, sábanas y mantas hacia el Departamental. Al tiempo que el personal médico desocupaba las oficinas administrativas y reemplazaba los muebles de archivos por camillas improvisadas: hicieron a la fuerza un pabellón de hospitalización.
MÁS ALLÁ
DEL CANSANCIO

Slide El Hospital Universitario Departamental “Evaristo García”, inaugurado en enero de 1956, no sufrió cambios significativos en las últimas seis décadas. | Foto: Archivo Fílmico y Fotográfico del Valle.

Slide Seis años antes, después de culminar su especialización en el Hospital Infantil de Washington en 1950, Korgi arribó a Cali por invitación de Gabriel Velásquez Palau, el decano de la naciente Facultad de Medicina de Univalle: «la nueva alma máter requería a especialistas graduados en el extranjero para las jefaturas de departamento».

A falta de una Unidad para la enseñanza de pediatría, a Korgi lo enviaron al “Club Noel”, dirigido por Eufemita Caycedo, una monja. El “Hospitalito” —como lo llamaban por precario— apenas tenía recursos para mantenerse en pie. No obstante, se abrieron, en oposición a todo pronóstico de fracaso, dos cursos pediátricos para los estudiantes de segundo año de medicina.

«Pero si en el Hospitalito llovía, en el Departamental no escampaba», recuerda Jaime Korgi. La gravedad de las heridas y la escasez de medicamentos hizo que decenas de infantes terminaran en la morgue la noche del 7 de agosto de 1956.

«Los más graves murieron en las primeras horas. Tenían heridas terribles, la mayoría de cráneo y tórax. Trabajamos durante un mes en jornadas que únicamente nos daban espacio para medio comer. Con el paso de las semanas nos quedaban vivos más o menos diez o quince niños. Tal vez un poco más, quizá unos treinta», reconoce con tristeza el pediatra.
«Los más graves murieron en las primeras horas. Tenían heridas terribles, la mayoría de cráneo y tórax». Jaime Korgi, Jefe del Departamento de Pediatría, 32 años el día de la explosión. PEDIATRÍA DE
UN HOSPITALITO
Audio Layer «Tuvimos que acudir a un Hospital que se llama el Hospital Club Noel, que queda en la Calle 5ta»...

Slide Al día siguiente, el 8 de agosto, el General Rojas Pinilla transitó por los pasillos del hospital saludando a los médicos de turno. «Eres un héroe. Gracias», le dijo a Jaime Korgi. Los sobrevivientes restantes fueron confinados a las salas del Hospital Departamental.

El testimonio del pediatra concuerda con la publicación del Relator del 8 de agosto del 56: «Un médico dijo que la catástrofe tuvo la característica de producir la muerte instantánea o causar principalmente heridas leves curables. Los heridos graves presentan lesiones tan serias que el temor es que aumente el número de muertos».

Ese día, en el Hospital Departamental, Korgi dirigía varias cirugías durante el día. El pediatra debía contar a los infantes que habían perdido desde el estallido, pero no lo consigue. Se cambia de ropa dos veces y desayuna a toda prisa. Ni siquiera duerme. Los rostros de los pequeños, ante la impotencia del personal médico, desaparecen.
«Al día siguiente de la explosión llegó. Allá llegó el General Rojas Pinilla, presidente de ese entonces, nos fue felicitando»...

Slide El Relator de aquel 8 de agosto empezó a gotear las cifras mortales de la primera noche, al titular “254 cadáveres sepultados hasta las nueve y media de la mañana”. El conteo es realizado por el receptor de la morgue Juan B. Restrepo y corroborado por el médico legista, Euclides Orozco.

El 9 de agosto, El Crisol —periódico con las instalaciones afectadas— reseñó que a las 8:00 p.m. del 7 de agosto, uno de sus redactores "estuvo en el anfiteatro de Medicina Legal y constató, sobre los registros, que el número de cadáveres ascendía a 276. El promedio de víctimas que llegan a la morgue es de una cada cuarto de hora".

El reconocimiento no permitió establecer las identidades de las personas. Sólo sexo y edad. Los documentos necrológicos no tenían más datos. Y mientras el Relator registraba el entierro en la fosa común de casi trescientos cuerpos anónimos, Jaime Korgi no podía contar cada pérdida humana.
} }

Slide Múltiples versiones El gran incendio Anterior Siguiente