ÚLTIPLES VERSIONES Q uienes vivieron la explosión hace 63 años, ya sea porque coincidieron geográficamente con el epicentro o porque su profesión los vinculó con el evento, atribuyen el siniestro a un accidente. «Siete camiones explotaron», dice la mayoría. Quizá recuerdan esa cifra porque el Relator le halló una concordancia mística al “número de Dios” cuando el 13 de agosto del 56 tituló: «El 7 resultó trágico para Cali; 7 camiones volaron a la 1,7».

Slide María de Jesús de Morela, una sobreviviente de la catástrofe, cree que «una riña afuera del Café Roma, frente a la estación del ferrocarril» ocasionó la explosión. Slide Antiguo Batallón Pichincha. | Fotografía de Alberto Lenis B. Colección Banco de la República. Slide (Versión de Relator, 14 de agosto de 1956) La caravana salió del Puente El Piñal en Buenaventura al mediodía y cerca de las seis de la tarde del 6 de agosto llegó a la sede del Batallón Pichincha —donde hoy es la Alcaldía—. Pedro Camargo, teniente de la brigada, percibió el riesgo de la carga y ordenó retirar los camiones hacia las afueras de Cali. Así que finalmente los aparcaron en la plazoleta del Ferrocarril del Pacífico, al nororiente, donde estallaron en la madrugada.

Los caleños tejieron diversas hipótesis explicando la génesis de la explosión: una chispa de pólvora, un disparo accidental, una colilla de cigarrillo botada sobre las cargas, un golpe o hasta un corto circuito en uno de los vehículos. El gobierno sugirió un boicot, un atentado contra su régimen. Los más viejos suelen reiterar que estallaron 7 camiones, pero Pablo González Camargo, el único chófer que sobrevivió, afirmó que fueron sólo 6.

María de Jesús de Morela, una sobreviviente de la catástrofe, cree que «una riña afuera del Café Roma, frente a la estación del ferrocarril» ocasionó la explosión. En su versión, un dragoneante que forcejeaba con un borracho desenfundó su pistola —una calibre 45— para golpear con la cacha al civil y, ese instante, se le salió un disparo haciendo que detonaran las cargas de nitroglicerina.

Slide Slide Slide Slide Slide { Entre tanto, Gustavo Rojas Pinilla sostuvo que la explosión era una artimaña de la oposición para derrocarlo. Y esa acusación atizó el rencor de sus contradictores —en cabeza de Alberto Lleras Camargo— a tal punto que respondieron distribuyendo volantes en todo el país en los que responsabilizaban al régimen Pinilla del hecho.

En Cali, el bastión de Pinilla, la oposición supo capitalizar el desastre inculpando al gobierno de “haber hecho entrar los camiones a la ciudad”. Su popularidad disminuyó hasta que, en mayo de 1957, cuando se acabó la dictadura, un río de caleños celebró en las calles. «A Pinilla lo inculparon. Cuando estallaron los camiones, la gente estalló en su contra», recuerda Carlos Calero.

Gustavo Rojas Pinilla, que contaba con el beneplácito del gobierno de Estados Unidos, según informe recientemente desclasificado por la CIA, había forjado un secretismo en torno a su dictadura por medio de la censura. Nils Bongue, fotógrafo argentino que visitó la zona devastada con su Rolliflex de 6x6 cm, relata que, al entrar al perímetro afectado, los militares empezaron a acosarlo: «a la prensa le revisaban qué y cómo publicar».
} Caleños celebran en la Plaza de Caycedo la caída del régimen de Gustavo Rojas Pinilla el 10 de mayo de 1957. | Foto: Nils Bongue.

El 7 de agosto de 1956 El Tiempo cumplía un año desde que había detenido sus rotativas debido a la persecución de Rojas Pinilla a la familia Santos, los dueños del medio. Entre tanto, el periódico que lo había reemplazado, El Intermedio, sufría constantes acosos de los Censores —funcionarios que vigilaban y modificaban el contenido en la prensa—. El Relator del 8 de agosto de 1956 publicó la carta de censura que le había enviado el Gobernador Alberto Gómez Arenas.

Nils Bongue cuestiona el uso del término dictadura por parte de algunos historiados cuando se refieren al mando de Rojas Pinilla. «A Pinilla lo respaldaba todo el mundo y por eso era un gobernante legítimo. El ambiente político de Colombia de esa época se puede explicar con una frase que me dijeron unos venezolanos que venían conmigo en el barco Marco Polo hacia Colombia: ‘los colombianos se dividen en conservadores y liberales que se diferencian, básicamente, en que los conservadores van a misa de seis y los liberales a la de nueve’».

Slide Una semana después del 7 de agosto de 1956, la compañía Atlas Powder, ansiosa por conocer las causas de la tragedia, envió a un experto en explosivos para desarrollar un estudio técnico en el área devastada. Las conclusiones arrojaron luces sobre la posibilidad de un atentado, un acto terrorista sin precedentes perpetrado por un grupo homicida.

El experto de la compañía fabricante de los explosivos estableció que un cuerpo extraño a la dinamita en los camiones había provocado la tragedia. Esa certeza dio lugar a que James Dedman, encargado de realizar el estudio, asegurara que «el motivo de la explosión fue el de un acto criminal o un acto de sabotaje».

Los expertos en explosivos saben que la confiabilidad del transporte de estas sustancias depende de las medidas de precaución y la estabilidad de los reactivos involucrados. Mientras que los estudiosos de la arquitectura ven en la explosión una suerte de “urbanismo cómplice”, como si las causas del evento no fueran un simple accidente sino connotados intereses económicos: cambiar el uso de un suelo cada vez más costoso.
LOS EXPERTOS
Y EL RELATO DE LA EXPLOSIÓN
*La Base de Datos de Eventos de Emergencia o EM-DAT de Bruselas, Bélgica, recoge la ocurrencia y los efectos de más de 22.000 desastres en el mundo desde comienzos del siglo veinte hasta abril de 2018. La información que compila es el resultado de diversas fuentes como las «agencias de las Naciones Unidas, organizaciones gubernamentales, compañías de seguros, institutos de investigación y agencias de prensa».

Slide Slide Slide Slide Slide Slide Slide Slide «La explosión pudo deberse a malas condiciones de almacenamiento y transporte y, si fue en 1956, podría tratarse de explosivos a base de nitroglicerina que son muy inestables: un golpe leve o altas temperaturas los detonaría con facilidad. En Colombia no había empresa que los controlara ni produjera como Indumil, la industria militar actual», asegura Jorge Enrique Fonseca Becerra, especialista en explosivos de la Escuela de Ingenieros Militares de Colombia.

Una idea capaz de reforzar el vínculo entre Rojas Pinilla y la autoría intelectual de la tragedia, consistió en que el deseo de renovar el espacio urbano de la zona devastada sólo era posible si las viejas construcciones levantadas sobre sus terrenos desaparecían con rapidez. Esta proposición surge de una tendencia modernizadora en Cali: durante los años 40 y 50, antiguas edificaciones de la ciudad fueron reemplazadas por construcciones de vanguardia.

Ricardo Hincapié Aristizabal, director del Centro de Investigación del Territorio, Construcción y Espacio de la Universidad del Valle, plantea que la transformación de la zona explotada no sólo se debió a la irrupción de fuertes inversores en materia de urbanización, sino también al impulso político de dirigentes locales y nacionales.
«La explosión pudo deberse a malas condiciones de almacenamiento y transporte». Jorge Enrique Fonseca Becerra, especialista en explosivos de la Escuela de Ingenieros Militares de Colombia. Edificaciones destruidas por la onda explosiva. | Foto: Nils Bongue.

Slide «En la década de los 50 llegaron aires de modernización a Cali. Ese urbanismo, traído desde Bogotá y el extranjero, proponía demoler los vestigios arquitectónicos de la colonización. Esa aversión a lo colonial tenía asiento en el discurso político. A Cali no la cambiaría tanto la explosión, sino esa nueva tendencia de urbanismo», asegura Hincapié.

Nils Bongue cree que la versión conocida de la tragedia debería ponerse en tela de juicio: «Con base en los indicios, uno podría afirmar que la versión repetida por los periódicos es una memoria construida. El sacerdote Alfonso Hurtado Galvis y el gobierno legitimaron un único discurso en torno al hecho. Jamás nadie puso en tela de juicio a la versión del accidente. ¿Y si fue un boicot o un pretexto para edificar empresas en el sector? Era más fácil forzar con un accidente el despojo que sacar a la gente por la fuerza».

Ningún sobreviviente puede corroborar la versión del boicot contra Rojas Pinilla y fue más fácil sembrar en las memorias la hipótesis de un accidente, porque en la Cali conservadora y católica de 1956, ningún ser humano podía ser tan macabro como para destruir un sector de la ciudad con miles de corazones latiendo en él.

Slide Esto no pasa porque sí, sino porque quienes conocen los secretos de la explosión se los llevaron a la tumba. Quien pudo haberse tropezado, tirado un cigarrillo, disparado o activado a propósito las cargas, debió morir esa noche. Mientras, quien se ideó el plan de volar en pedazos un segmento de Cali, debió fingir con asombro hasta viejo su conmoción por la tragedia de miles.

Por eso sólo hay hipótesis. Porque pareciera que se pudieron inventar infinitas enumeraciones de causas, pero a la luz de la reactividad propia de los explosivos y el ambiente político, era mucho más probable que se provocara una detonación que un simple accidente: porque se necesitaba un precursor químico que la Powder Company no enviaba junto a las cargas y si en Cali —repleta de defensores de Rojas Pinilla— producían un descontento en las masas, el régimen se hundiría como una bala de plomo en el agua.

Slide Los legados Sin camillas para tanta gente Anterior Siguiente