Tomada de EL PAÍS, marzo 15 de 1957, archivo que reposa en la Biblioteca Departamental Jorge Garcés Borrero. OS LEGADOS E l nochero de Filomena López es un revoltijo de fotos, recibos, documentos y recortes antiguos de los periódicos El País y Relator. El aire denso vibra mientras, al hurgar en el cajón, saca una fotografía de su hijo Manfredy —de 8 años— al interior de la casa de zinc que la Alcaldía de Cali le entregó al quedar damnificada por la explosión, el siniestro del que se salvó de “milagro”.

Slide Slide Slide A los sobrevivientes del 7 de agosto, después de ser asistidos y censados en el registro de damnificados, les entregaron un barrio con casas de aluminio que debieron pagar a cuotas: Aguablanca. Filomena recuerda que desde el primer día el Estado los atendió: hubo frazadas y alimentos en el albergue temporal —el Santa Librada— y «luego vinieron las casitas»; eran prioritarias para quienes tenían niños pequeños.

El gobierno de Canadá donó 486 estructuras prefabricadas de aluminio y la Corporación Nacional de Servicios Públicos, vinculada al gobierno de Rojas Pinilla, ejecutó el plan de construcción. Las casas, levantadas en hileras encorvadas sobre un perímetro sin asfaltar, fueron entregadas el 13 marzo de 1957 y como resplandecían bajo el sol les decían «Pueblo de lata».

Al respecto, Erick Figueroa, Doctor en Arquitectura de la Pontificia Universidad Católica de Chile, afirma que «el barrio Aguablanca es Pueblo de lata para la mayoría de los caleños. Si uno refiere ese espacio por su nombre real, las personas piensan de forma equivocada en el Distrito de Aguablanca». El Distrito es un conjunto de comunas humildes que se levantó al oriente y son habitadas por desplazados de la violencia provenientes, en su mayoría, de la costa pacífica.
NUEVOS BARRIOS PARA RECONSTRUIR VIDAS Ruth García e hijos frente a la casa de metal que les entregó el Estado. | Foto: R. García.

«Al inicio no queríamos irnos a las nuevas casas porque quedaban afuera de Cali, por la Cárcel Villanueva, en un lugar lejano lleno de monte y nada más. Cuando llegamos, sentimos estar habitando otra ciudad», recuerda Ruth García una de las beneficiadas del proyecto.

Las 25 manzanas al Oriente de Cali que conformaban Aguablanca estaban rodeadas de maleza. El zumbido de los zancudos, provenientes de los lodazales cercanos, se apoderaba del ambiente cuando anochecía. Aunque la lejanía del sector causaba disgusto en 1957, Filomena López, Amador Quintana y Ruth García prefirieron recibir la ayuda en lugar de quedar sin techo para sus familiares.

«En un comienzo pagamos 35 pesos mensuales —126 mil pesos actuales— de cuota fija por la casa. En 1958 la Fundación Ciudad de Cali nos subió la cuota a 42 pesos mensuales y desde allí esa entidad quedó encargada», asegura Ruth García, esposa de Amador.

En 1957, la gobernación del General Gómez Arenas anunció que el tren procedente de Popayán y Yumbo tendría una parada obligada en el barrio Aguablanca. Así que transportarse entre el casco urbano y la periferia que habitaban dejó de ser un obstáculo para los sobrevivientes.

«Nos pusieron parada del tren al frente del barrio. No nos quejábamos aquí en Aguablanca con nuestras casitas a nombre propio porque, incluso, teníamos cerca el matadero de ganado donde ahora se encuentra Comfandi El Prado. Recuerdo que allí compraba baldados de sangre para hacer morcillas», expresa Filomena.

El barrio Aguablanca ensanchó el mapa de Cali hacia el Oriente. Al interior de las casas, el calor incrementaba hasta cinco grados Celsius y en las calles sin asfalto el olor a sangre del “Matadero de Aguablanca” se esparcía hasta penetrar en las diminutas cocinas que el gobierno local dispuso en cada una de las casas.

«La construcción del barrio Aguablanca bien pudo ocasionar que la expansión de Cali dejara de ser lineal —de norte a sur— y más bien empezara a comportarse de forma un poco radial, hacia el oriente y las periferias», asegura Erick Figueroa, Doctor en Arquitectura y Estudios Urbanos de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

EL OTRO MAPA El gobierno y las entidades territoriales adjudicaron a los damnificados más viviendas a crédito entre 1957 y 1958: el Barrio Aguablanca, la Urbanización Bueno Madrid, el Edificio República de Venezuela y la Urbanización Villanueva se irguieron y acogieron a quienes vivieron la explosión de 1956.

La noche del 10 de noviembre de 1957, Irma Rivera de Safro recibió el apartamento 125 del edificio República de Venezuela. Cuando se trasladó, la dominó el nerviosismo de vivir en una torre, frente a lo que hoy es el Centro Comercial Chipichape, sobre un terreno que antes pertenecía a la Hacienda la Flora.

El General Andrés Pérez, presidente de Venezuela en 1956, donó el equivalente a 7 millones de pesos de la época —25 mil millones hoy— al gobierno colombiano para levantar el conjunto de torres: 600 trabajadores edificaron en tan sólo 100 días el complejo; 510 albañiles eran damnificados.

Slide Cali no tenía edificios residenciales. Había sólo hoteles y establecimientos bancarios, por lo que la construcción de las torres del Edificio República de Venezuela supuso un hito, un nuevo modelo habitacional. Ellos hicieron los primeros estatutos de propiedad horizontal en la historia de la capital del Valle.

Si alguien estudiara el desarrollo de La Flora en 1958, encontraría que el Edificio República de Venezuela marcó sus orígenes. La pavimentación de esta zona empezó con esta edificación y a partir de ese momento un río de casas se alzó desde el “Venezolano” —en la actual Avenida 6— hasta la Calle 38. Con el tiempo se levantaron casas hasta la Calle 44 Norte jalonadas por el efecto dominó de la construcción del venezolano.
CUARTEL CENTRAL
DEL CUERPO DE BOMBEROS
Veinticinco años después de la explosión, el Consejo de oficiales del Cuerpo de Bomberos creó la condecoración 7 de agosto de 1956 y decretó celebrar el día del bombero en esa fecha. Carlos Calero es uno de los héroes que reluce varias medallas por su labor heroica.

En la actualidad, el Cuartel Central de Bomberos cuenta con al menos 300 hombres, entre voluntarios y personal de planta. La Secretaría para la Gestión del Riesgo de Emergencias y Desastres de la Alcaldía destina los recursos para crear respuestas rápidas ante cualquier desastre.
En el marco de los 60 años de la entrega del Edificio República de Venezuela, los residentes expusieron fotografías del edificio. Carlos Calero enseña la placa conmemorativa de los 60 años de su labor heroica. | L. Ceballos.

Slide Slide Slide Slide Slide Slide No habían pasado más de cinco años desde la explosión cuando el comandante Alfredo Sánchez creó la Escuela Superior de Bomberos de Cali, además del Departamento de Extinguidores. A partir de ese momento, la ciudad quedó con un Cuerpo de Bomberos acondicionado para batallar con escuadrones especializados.

La Escuela Superior de Bomberos extendió sus terrenos y mejoró su capacidad instalada al punto de cambiar de nombre. En 1997 pasaría a llamarse Escuela Interamericana de Bomberos y desde el 2017 los Cuerpos de Bomberos de Colombia dependen del Ministerio del Interior.
EL AUGE DE UN GRAN HOSPITAL La explosión, en parte, aceleró el desarrollo del Hospital Departamental del Valle, reconocido en la segunda mitad del siglo XX como el mejor centro médico del suroccidente colombiano y uno de los primeros en atender emergencias después de la explosión. Jaime Korgi recuerda haber caminado media vida en los pasillos del recinto médico.

«Éramos pioneros. Hacíamos cirugías que nadie más estaba en capacidad de hacer, porque teníamos equipos de punta. Así que fuimos el mejor hospital durante mucho tiempo. Si me preguntan si la explosión tuvo que ver con eso, yo creo que sí. Hubo un afán por responder de la mejor manera a las necesidades clínicas de la región».
Máquinas extinguidoras del nuevo Cuartel General de Bomberos de Cali. | Foto: L. Ceballos. Hospital Universitario Departamental “Evaristo García”, piso de Pediatría. | Foto: L. Ceballos.

Slide En los 60 el Departamental fue dotado con seis quirófanos y el área de servicios ambulatorios fue cualificada para una sociedad que demandaba servicios cada vez más complejos. En 1964 sus directivas aprobaron la creación de la primera sala de radioterapia de la región y ampliaron a 17 salas el complejo quirúrgico. En la actualidad, el hospital atiende cerca de 20.000 cirugías anuales. El proyecto de devolverle la alegría a Cali desembocó en la creación de la Feria de la Caña de Azúcar en 1957. Parte de las utilidades de la Feria eran destinadas a obras de beneficencia social —créditos y donativos que el Estado otorgaba a los damnificados—. Otra fracción de las ganancias quedaba en un fondo para la versión siguiente de la Feria.

Alberto Silva Scarpetta, miembro de la Academia de Historia del Valle del Cauca, opina que eslóganes como el de “Cali, ciudad cívica” pudieron surgir tras la noche de la tragedia, cuando la unión y el trabajo en equipo ayudaron a que los caleños superaran el apocalipsis frente a sus rostros. Un civismo nació forzado bajo la bandera de la valentía que los caleños izaron esa noche.
LA FERIA DE LA CAÑA DE AZÚCAR La primera feria celebrada en Cali se nombró como la “Feria de la Caña de Azúcar”.

Slide Alberto Silva Scarpetta piensa que Cali había empezado a transformarse antes de la explosión: las viviendas coloniales de dos plantas dieron paso a restaurantes y después a edificios. No obstante, «la explosión aceleró más el proceso de modernización porque las fábricas se quedaron con los terrenos de San Nicolás».

«Cali era próspera. Se abrían las primeras carreras universitarias, la estación del ferrocarril era el punto de acopio de todo tipo de productos, ya existía el Hotel Alférez Real y el Club San Fernando; pero la ciudad se inundaba del puente del Paso del Comercio hacia el sur. Ese auge modernizador —incipiente, por cierto— no se detuvo el 7 de agosto porque el desarrollo no daba espera. Resulta que Cali en vez de sufrir un retroceso pareció desarrollarse de forma más acelerada después de la tragedia y ese es un buen legado», sentencia Scarpetta.
HUÍR DEL ESTANCAMIENTO

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