
En el lugar en que explotaron los camiones emergió un cráter de 50 metros de diámetro por 8 de profundidad que pareció confirmar los vagos presagios de Gustavo Navia. La profecía también concuerda con lo visto por Marleny Sandino, una habitante del barrio San Nicolás que sobrevivió al desastre: «La gente corría despavorida y rezaba. Yo alcancé a recoger en una bolsa partes de cuerpos que habían caído del cielo a mi casa».
Mientras tanto, Luis Carlos Calero ingresó a la zona devastada en la máquina de bomberos número 5 y debió sujetarse con fuerza cuando el capitán del escuadrón hizo una seña para que el conductor cambiara de carril. Esa madrugada, muchos obstáculos aminoraban, de forma desmedida, la marcha en la carretera a la altura de la Calle 25 con Carrera 1.
UN
DESASTRE
SIN PRECEDENTES
Aunque Cali contaba con dos sirenas —la de la Torre del Colegio Santa Librada y la del Cuartel de Bomberos—, la madrugada del incendio, el personal de emergencias salió al escuchar el estruendo y ver las llamaradas en el cielo, mucho antes de que sonaran las alarmas.
«La orden del Teniente fue: ‘¡saquen primero heridos,
saquen primero heridos!’»...
Luis Carlos Calero,
23 años
el día de la explosión.
(Polvorín San Jorge, Estación del Ferrocarril, 1:25 a.m.
del 7 de agosto de 1956)