7A56 | 2 El Epicentro

EPI

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CENTRO

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on los primeros rayos de sol quedó al descubierto un arrume de carpas improvisadas, dispuestas para el reconocimiento de sobrevivientes de los barrios afectados y de los viajeros que habían llegado por vía férrea a la Estación del Ferrocarril, la primera estructura en desaparecer de Cali aquel martes de agosto.

(Cali, Calle 25 con Cra 1ra,
7 de agosto de 1956, 6:00 a.m.)

Quienes habitaban cerca de la estación del ferrocarril, el epicentro de la explosión, recuerdan que cientos de viajeros y vendedores ambulantes concurrían al interior de la sala de espera. Las ofertas de camándulas, frutas, golosinas o agua, eran el pan de cada día en ese espacio a tres cuadras del barrio El Piloto.

Tan solo en agosto de 1956 habían arribado unos 861 pasajeros a la estación, cinco veces la capacidad de un bus articulado de transporte masivo en Cali. En las noches, los viajeros atiborraban bares, hoteles y prostíbulos de brillo intermitente alrededor de la estación. Un segmento de Cali que parecía un tugurio repleto de bodegas, destacamentos militares y esquinas rodeadas de caminantes solitarios.

«Viví durante 25 años en el barrio El Piloto, a cinco cuadras de la explosión. Todos los días salía temprano al ferrocarril para vender melcochas a 2 centavos. Muchas calles estaban destapadas, pero la Cra 1 con Calle 25 ya tenía pavimento. Los lugares más afectados por la explosión fueron la Galería Belmonte, el Teatro Roma, la Fábrica de Licores y la Federación Departamental de Cafeteros, donde trabajé a inicios de los años 50», recuerda Filomena López, sobreviviente de 93 años.

«Diagonal a la Estación del Ferrocarril quedaba el teatro, luego un establecimiento; el sector estaba lleno de establecimientos»...

Filomena López, 31 años el día de la explosión.

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En las noches, el Teatro Roma, frente a la Estación del Ferrocarril, quedaba envuelto en una leve penumbra. La música del café podía escucharse en toda la cuadra. Tras la explosión, el “Roma” quedó reducido a cenizas. Su capacidad era de 300 personas y «los fines de semana venía gente de los municipios vecinos, porque la entrada era tan sólo a 30 y 40 centavos», recuerda Filomena. Ese día funesto se proyectaría “Mañana cuando amanezca” de Javier Setó y, en la función matinal, “Una Isla en el cielo”.

A catorce cuadras del Teatro quedaban los depósitos de la Federación Departamental de Cafeteros "Almacafé", una de las asociaciones más prolíficas del sector. El grano, refinado por los obreros en las plantas de la Federación, era empacado y transportado por la ferroviaria. Decenas de toneladas de café provenientes de municipios aledaños —como Palmira y Jamundí— se embalaban con destino al Puerto de Buenaventura.

Filomena López, antes de vender melcochas, había trabajado en la Federación Departamental de Cafeteros motivada por la idea de alcanzar una estabilidad laboral que le permitiría superarse. Hombres y mujeres cargaban y clasificaban sin pausa cajas repletas de café.

«Entrábamos a las ocho y salíamos casi a las cinco de la tarde. Los brazos me dolían a veces porque nos tocaba mover cajas repletas de café hasta los camiones de carga. La Federación quedaba en la Cra 7 con Calle 25, a más de diez cuadras del lugar de la explosión».

Para llegar a las bodegas de la federación, Filomena López pasaba por la Fábrica de Licores del Valle, una mole construida a inicios de la década de 1950 para albergar a más de 320 obreros e impulsar la producción licorera con la tecnología más avanzada del país. Su primer gerente, Eduardo Linde Zawadzky, fue el encargado de equipar la destilería con maquinaria capaz de producir suficiente licor para abastecer a Cali. El 7 de agosto de 1956 todos temían que los tanques de etanol de la licorera estallaran.

«Trabajé en la licorera entre el 53 y el 57. Envasábamos Anís del Mono, Aguardiente del Valle y Ron Sebastián. Me ganaba 32 pesos que me alcanzaban para sostener a mis hijas de cuatro y cinco años: Nubia y Encarnación. Era feliz antes de que la explosión me damnificara, de que me quedara sin nada esa madrugada», expresa María del Jesús, sobreviviente de 90 años.

«Como nos tocaba lavar envases, pegar etiquetas y revisar, nos turnaban, pero a mí casi siempre me dejaban de envasadora».

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María del Jesús Morela, 32 años el día de la explosión.

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Oficinas del centro de Cali . | Foto: Nils Bongue.

Oficinas del centro de Cali . | Foto: Nils Bongue.

el auge de la industria y el comercio

En los años previos a la explosión, a inicios de los 50, Cali se desarrollaba a pasos de gigante: en las inmediaciones de la Plaza Caycedo se levantaban residencias y locales comerciales. Mientras, al nororiente, crecían barrios humildes como San Nicolás, El Porvenir, Jorge Isaacs y El Piloto.

El maestro de construcción Amador Quintana levantaba columnas para la nueva planta de detergentes de Colgate-Palmolive, a quince cuadras de la Fábrica de Licores en esa época. Vivía junto a su esposa Ruth García. Erigía casas, urbanizaciones, locales y fábricas. Nunca se quedaba sin trabajo.

«Mi esposo tenía mucho trabajo en la zona de la tragedia. En 1955 lo llamaron para que ayudara a construir la licorera, tenía a su cargo unos cinco obreros. En esos días él trabajaba todo el día y llegaba a casa muy cansado por la noche», recuerda su esposa Ruth García.

Cali era la urbe más prometedora del país antes de la explosión. En julio de 1956 se contabilizó un récord de construcción de 114 nuevas edificaciones y se registraron 32 mil nuevos negocios en Cámara y Comercio. En el Valle del Cauca las inversiones norteamericanas llovían a raudales: «entre el 80 y 85% de la inversión extranjera en Colombia se quedaba en la región», según el columnista Allan Keller, reportero estadounidense.

Amador Quintana en la planta de Colgate - Palmolive. |
Foto: R. García.

A pesar del desarrollo industrial y urbanístico, en agosto de 1955, Cali tenía un déficit de vivienda de más de 18.600 casas sobre los más de 330 mil habitantes censados. Con la explosión de 1956 la crisis de vivienda se agravó al punto de que el gobierno militar debió responder con casas de zinc que el gobierno de Canadá había donado para zonas vulnerables de Tumaco: así que armaron un barrio de metal —Aguablanca— en una ciudad que alcanzaba al menos los 30 grados Celsius en sus días más calurosos.

Uno de los mayores promotores de la modernización, Gustavo Rojas Pinilla, fungía como presidente en los años 50. A partir de su plan de obras públicas, que consistía en la construcción de hospitales, colegios, aeropuertos y centros educativos, las regiones del país impulsaron sus industrias al punto que los ciudadanos sintieron asistir a una evolución jamás pensada a inicios del siglo XX.

El bombero Luis Carlos Calero recuerda «el río de aeropuertos, vías y hospitales que se construyeron durante su gobierno». Ruth no olvida lo «imponente que se veía en la prensa» el día que anunció su impulso al voto femenino y el médico Jaime Korgi comenta haber coincidido con el general en New York mientras se especializaba en pediatría. Todos concuerdan en que, para entender el desarrollo de Cali en esos años, hay que hablar de Rojas Pinilla en la ciudad.

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Ruth García y familia frente a la casa de metal que les entregó el Estado. | Foto: R.García.

Cali, Valle y el Ferrocarril

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En 1956 Cali tenía un presupuesto de 56 millones de pesos: unos 206.500 millones actuales.

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En el censo de 1955 se registraron 334.223 habitantes en la zona urbana de Cali.

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Cali tenía un déficit de 18 mil de viviendas en 1955.

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Colombia tenía un déficit de 200 mil viviendas en las 64 ciudades con más de 10 mil habitantes.

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Durante el primer semestre de 1956 se movilizaron por vía aérea alrededor de 8200 personas.

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El Valle del Cauca fue el segundo departamento que más importaciones realizó hasta julio de 1956.

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En 1915 el ferrocarril inició operaciones en Cali.

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Más de 7 millones de personas viajaron en Ferrocarril durante el primer semestre de 1956.

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El ferrocarril permitió transportar más de 3 millones de toneladas entre enero y agosto de 1956.

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Gustavo Rojas Pinilla, Presidente de Colombia entre el 13 de junio de 1953 y el 10 de mayo de 1957.

Pinilla había ganado adeptos en Cali por controlar los intentos de insurrección del 9 de abril de 1948 en Cali, durante el Bogotazo, el asesinato de Jorge Eliécer en la capital del país. La hazaña de reprimir a los violentos logró que su retrato recalara a la primera página de los diarios de la época.

«Yo era conservadora y me gustaba el gobierno de Rojas Pinilla, aunque tenía muchas cosas de Liberal. En 1955 lo saludé en la entrada de la antigua Base Aérea Ernesto Samper Mendoza, llamada hoy Marco Fidel Suárez. Era el aniversario 22 de la base y yo fui engalanada con sombrero y sandalias para recibirlo», relata Filomena López.

Habitantes como Calero, Filomena, Korgi o Amador vivieron una ciudad de tránsito bajo un gobierno que prometía progreso. Una Cali de mutaciones aceleradas que dejó en el olvido la diminuta villa de inicios de siglo, caracterizada por tener una población de 210.000 habitantes con anhelos de progreso sobre una tierra sin asfalto.

«En 1955 lo saludé en la entrada de la antigua Base Aérea Ernesto Samper Mendoza, llamada hoy Marco Fidel Suárez», relata Filomena López.

En Cali a mediados de 1950

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Las empresas prestadoras de servicios se ubicaron en el centro de la ciudad para estar cerca de sus clientes.

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Debido al incremento de la demanda de propiedades comerciales en el centro, el suelo alrededor de la Plaza de Caycedo se hizo más costoso.

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Alrededor de la Plaza de Caycedo se demolieron las casonas de las élites para construir edificios de oficinas.

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El precio del suelo obligó a las plantas manufactureras a trasladarse a la periferia con tierras baratas y cercanas a la línea férrea.

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La industria se ubicó en la Carrera 8, en el Barrio San Nicolás, al lado de la Avenida Sexta y en las bodegas anexas de la Estación del Ferrocarril.

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El gran incendio La explosión de Cali